Eran casi las nueve, salía de la biblioteca de la facultad cuando me lo encontré de frente. Me vio, bajó la cabeza e hizo como que consultaba la hora en su muñeca (igual la consultó) y volvió a mirarme. Yo me había quedado parada aunque pensé que seguía andando, tardé unos segundos en darme cuenta que era solo mi pensamiento el que había salido corriendo, mis pies se habían quedado pegados al suelo. Me propuso tomar una copa y a pesar de decirle que se me hacía tarde, insistió preguntándome sin esperar respuesta, ¿tarde para qué?
Frente a dos coca-colas zero que un camarero nos sirvió como haciéndonos un favor, me agarró por la cintura y me besó en el cuello, diciéndome: –hueles como siempre (qué esperaría?) y entonces lo llamaron por teléfono. –Anda, cógelo, le dije secándome los labios con una servilleta que dejé al lado de su copa, –nos vemos otro día. Entonces él, silenciando el móvil me preguntó: ¿cuándo?
CUÁNDO
Cuando ocupar un puesto no demande título ni anillo
cuando tu olor sea el aire que inflame mis pulmones
cuando tus labios calienten mi sangre a media tarde
y tu mano se haga más fuerte con la mía.
Cuando no temamos hablar tras las horas gastadas
cuando las lágrimas broten de contener la risa
cuando camines descalzo sin piel de cocodrilo
y a la ilusión el tiempo no surque de arrugas.
Y cuando ¿acaso aún no lo sabes? Cuando te necesite,
sin necesitarte.

Ummm…impresionante. Cuando?
Seguro que un chico como tú sacaba siempre diez en lectura comprensiva. Un beso R, felices días.
Chelín, ¡qué precioso texto y poema! Y esa imagen que integras es absolutamente evocadora. Haces que se me vengan a la cabeza tantas cosas sobre ese cuándo… Hablamos pronto. ¡Enhorabuena!
uf! tus palabras siempre tan… siempre me… you know. Muchas gracias E, muchos besos.