diario tesis – octubre 19

gata

Cruzo el solar que en medio de tanto edificio nuevo por vender, han dejado sin construir al lado de casa. Esos edificios que hasta hace poco crecían como hongos en invierno. Ahora no, ahora todo está parado, o casi, todo crece al ritmo de un corazón que se resiste a morir, enganchado a las ganas que unas gomas de plástico le transmiten para intentarlo. El solar es hermoso, se me hace oasis entre tanto alto ladrillo. Una gatita negra, de pocos meses o de días quizá, come de un tiesto roto algo que huele fatal. El olor me ha hecho fijarme en ella y ella se ha quedado fija en mi. Las patas, de tanta delgadez, le sobresalen del lomo, y su brillante piel negra parece un trapo echado sobre un mueble olvidado en el trastero. Me mira fijamente, desafiante, alerta, y su mirada me recuerda a una alumna, una alumna que tuve hace muchos años, en el primer centro donde trabajé. Me pregunto qué habrá sido de ella. Recuerdo sus ojos felinos, esa misma mirada temerosa, esa fragilidad delgada de cachorro prematuramente destetado que la hacía tan atractiva a los demás. Su altiva inseguridad la hacía  tan confusamente sensual que algunos  la miraban con temor, transformando sin admitir ni entender lo que sentían  en un odio latente. Odio que arrojaban de su interior con mezquinos comentarios hacia ella, clavándoselos en su personalidad. Cuando ella se acercaba buscando aprobación a su trabajo y probablemente algo de afecto,recuerdo que la mayoría que muchos de nosotros o interpretaban como amenaza o desvergüenza, por lo que en poco tiempo se convirtió en  “la flaca niña fresca” y en poco tiempo más, cansada de alimentar su delgadez con los comentarios que escuchaba, desapareció  del centro sin darnos cuenta.

Miré a la pequeña gata, se había acercado a mí sigilosamente y se rozaba contra mis piernas, traté de acariciarla pero salió huyendo. Un presagio helado me erizó el cerebro, me pregunté qué habría sido de aquella alumna, de qué podrido tiesto roto  estaría comiendo ahora.