No hay nada peor que ir al súper justo antes de comer. Esa hora en la que dices “se me hace tarde y no tengo nada en la nevera” y sales zumbando a comprar cualquier cosa, cualquier cosa que seguro es lo peor que le puede sentar a tu estómago, cuando lleva ya un par de horas haciendo los ruidos más extraños para que te enteres que se está gripando de tanta coca-cola. ¿Y qué pasa entonces? Pues resulta que como te has olvidado la lista de la compra, (como siempre), y como además tienes más hambre que el perro de un ciego, te dedicas a comprar todas las porquerías que van apareciendo ante tus ojos, sin capacidad para discernir (a estas horas, los aullidos del perro del ciego convertido ya en lobo, que está dentro de tu estómago, no te dejan escuchar los consejos de tu mente lógica, y adquieres esos atractivos productos en los que se lee: -calentar y listo – que cargaditos de colesterol y sabe dios qué más cosas, son los que finalmente piensas que te saciarán ese apetito animal. Y para rematar la faena, empleas algunos minutos más en buscar ese único y maravilloso limpiador 3×1, que sirve para todo según anuncian en la tele. Y con estas, te ves ante un interminable pasillo repleto de únicos milagrosos limpiadores 3×1 que sirven para todo. Por lo que coges el que más cerca está al alargar el brazo y sales pitando con la ilusa esperanza de encontrar una caja vacía. Y con la cara de “no me puedo creer que esto esté tan lleno de gente” abres el paquete de patatas fritas light mientras esperas para pagar.
Ya en casita por fin, y rebañando el helado de chocolate que también metiste en el carro sin darte cuenta, empiezas a leer los doscientos whatasapp que en la media hora de súper se han acumulado en tu móvil. Todos, mensajes de tu chico para explicarte sin pérdida de tiempo con una llamada, que está muy liado. Y tras saciar tu hambre canina, llega la toma de conciencia: dos mil quinientas calorías ingeridas de algo indefinido entre carne y pescado, más otras mil de la media terrina de helado que tienes en las manos, y te dices –perfecto, un día redondo-.(Redonda coomo te vas a poner como sigas haciendo esas inteligentes compras). Pero bueno, hoy es un día de esos en los que el estómago se te ha revuelto de tal manera que parece como si se te hubiera llenado de olas. Olas que intentan salir por esa boca que cierras para convencerte de que no pasa nada. Y con la barriga bien llena y los pies bien fríos, te vas al baño a cambiarte para irte a la cama, pero por eso de no tener muy claro si lo que quieres es morir de un corte de digestión como castigo por tu sobrealimentación calórica, o por lo de limpiar de grasa tus pensamientos, te metes en la bañera rebosante de espuma. Y te preguntas cómo has podido hacer eso.
Cómo pudiste elegir tan mal. Y piensas en él, en el de los whats. Piensas en que la primera vez que os acostasteis, lo rebañaste como al helado ese que te acababas de terminar. Ese día que muerta de hambre, saliste zumbando al supermercado para comprar cualquier cosa. Pensabas que se te hacía tarde y que no tenías en casa nada para comer, sin acordarte del cerezo que tenías en el jardín.
Qué recuerdos los del cerezo en flor!!! Es curioso como se complace la fatalidad en elegir compañeros mediocres, indignos. Y esos helados, mejor degustados que no derretidos… no crees?
Los helados al punto y siempre de buena calidad. Los mediocres se derriten rápidamente, sí.