Habían pasado algunos meses de mi atragantón hipercalórico. Ahora llevaba una temporada de lo más a gusto. Compaginaba bien el trabajo con mis otras actividades y había aprendido a ir al supermercado a esas horas en las que personas súper ocupadas no acostumbraban a ir. Tenía tiempo para disfrutar de los amigos, ir al cine e incluso de leer, sí, incluso a leer, porque aunque suene a ficción, hasta hacía poco no había caído en la cuenta que mis prolongadas conversaciones vía whatsapp, no me habían dejado tiempo ni para disfrutar de un buen libro. Así que ahora utilizaba el móvil para las llamadas realmente necesarias, limitando el whatsapp solo a aquellos mensajes que me pusieran en contacto con la realidad. Como el de ayer tarde, en el que un amigo me invitaba a la presentación de su libro.
Lo mejor de estas presentaciones es que suelen terminar con una copa de vino y una animada charla, donde además coincides con amigos que de otra forma no ves. Cuando terminó la presentación y pasamos a la copa, mi anfitrión me abordó con una serie de preguntas como ¿dónde te metes? ¿Qué haces para estar tan guapa? ¿Sales con alguien?, preguntas que evité contestar alabando su libro y la buena elección del vino que tomábamos (en algún punto mentí como una villana). Satisfecho su ego y olvidando esas preguntas, me confesó que había hecho una muy buena operación en cierto supermercado: por cada botella pagada se había llevado tres de la misma clase. Es decir, había pagado solo una botella y se había llevado tres iguales. O sea, un 1×3 o un 3×1 (que no tengo yo muy claro que sea lo mismo) de un producto aparentemente único y maravilloso. Y ya estábamos otra vez, (como en aquella desesperada escapada mía al supermercado, donde compré aquel maravilloso limpiador 3×1, que dicho sea de paso, no valía un pimiento), con la dichosa obsesión de conseguir milagros.
A partir de la tercera copa, la conversación derivó a una serie de consejos que este me daba sobre tipos de vinos, aunque por lo que decía, más bien parecían consejos sobre la elección de tipos como él. – Tienes que elegir- decía,- según tus gustos y necesidades, y sobre todo, según el momento. Hay uno, el clásico, que nutre tu cerebro y divierte a las hormonas reproduciéndolas que da gusto. Otro segundo, que socializa tus hormonas y estabiliza tus necesidades de relación, encajando con la vida que llevas. Y un tercero, joven, sin colmillos retorcidos, que hace realidad tus inconfesables sueños-. “Joder” pensé. Con la papa, este tío parecía un iluminado. Estaba dando en la tecla sobre mis dudas en cuanto a que esos 3×1 o 1×3 sirvieran para algo. Pero lo que de verdad me llamó la atención fue que sin darse cuenta, él solito estaba dando con las respuestas a las preguntas que me había hecho hacía un rato. De la forma más natural me dijo: -eso es lo que una mujer como tú necesita. -¿Como yo?- dije, -¿y cómo son las mujeres como yo?. Sonreí.
Y mientras conducía hacia casa, llegué a la conclusión de lo mucho que había aprendido sobre comprar en los supermercados y sobre las matemáticas. Estaba claro que era imposible encontrar un buen vino con prisas y demasiado tiempo de abstinencia. Y en cuanto a eso de que el orden de los factores no alteraba el producto, era una soberana mentira, al menos en mi ad logicam razonamiento. No era lo mismo 3×1 que 1×3, no parcialmente, como todas esas dañinas medio verdades. Pues si indudablemente el orden de los factores no altera el producto, sí lo altera en cuanto a la calidad del mismo. Porque además, eso de que un solo producto pueda ser bueno, lo que se dice bueno, para tres cosas diferentes a la vez, digan lo que digan, es una falacia.
Mis recientes recuerdos son lacerantes y la lectura de tus textos hace que sangre la herida. Me río entre lágrimas cómplices. Gracias, Chelín, por destruir el mito de las palabras poéticas y no poéticas a golpes de realidad.
La poesía me ayuda a entender la realidad, a digerirla, a hacerla vivible. Hay que hacerse cómplice para entender, sentir en poesía, gracias a ti. A veces, reírse de uno mismo es la mejor fórmula para hacer cicatrizar las heridas.