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un rayo, San Pablo y yo

5 Abr

un rayo, San pablo y yo

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 Iba yo conduciendo bajo el típico chaparrón de primavera con una tremenda jaqueca e intentando ver a través de los cristales, cuando por mi parte izquierda vi cómo un rayo de sol rasgaba el cielo, y cayendo este sobre el coche me deslumbró por completo. En un primer momento, esperando ver el arco iris, pensé: —qué bonito, esto no pasa más que en Sevilla en primavera. Pero segundos después de mi estado de enajenación sensiblera, y con la presión del dolor bombeándome toda la cabeza, percibí que no veía más que la parte derecha de la calle. Sí, como lo cuento: yo miraba la calle agarrada al volante y nada más veía acera y peatones en el lado derecho de la calzada y a la izquierda nada de nada, bueno, la jodida luz. La cosa es que me di cuenta que no veía un carajo cuando intenté hacerlo con el ojo izquierdo tapándome el derecho. Qué sensación más mala, de verdad, me giraba hacia la izquierda y nada, por más que girase siempre me faltaba el lado izquierdo por averiguar. Y al tiempo que las punzadas de la cabeza me martilleaban el cerebro y el corazón me latía a mil me acordé de San Pablo. ¿Y por qué? Pues ni idea. No sé si por eso que se dice que en momentos de angustia vital, cuando uno no encuentra otra explicación echa mano de la fe, o porque asocié lo que me estaba pasando con lo que le ocurrió a San Pablo, pensando que el rayo que me había deslumbrado era el mismito que derribó al santo tirándolo del caballo. La cosa es que paré el coche en el primer hueco derecho que encontré y me senté en el poyete de la acera intentando calmarme. Y me puse a rezar prometiéndole a Dios que dejaría de perseguir a quien fuese que yo persiguiera si me devolvía la vista.

(Aquí hago un inciso para contaros mi versión de la historia de San Pablo que cuenta San Lucas en el libro Los hechos de Apóstoles, por si hay alguien que no la sepa):

sp Iba San Pablo, que todavía no era ni santo ni Pablo sino Saúl, en su caballo persiguiendo cristianos, cuando un rayo de luz le hizo caerse del caballo. Parece ser que esta poderosa luz lo cegó momentáneamente mientras escuchaba una voz que le decía: Saúl, Saúl, ¿por qué me persigues?…levántate y entra en la ciudad. Allí se te indicará lo que tienes que hacer. Y San Pablo entró en la ciudad y la lió, pues se unió a los que hasta entonces él había considerado miembros de una secta peligrosa, los cristianos. Pero hay un detalle que no cuadra en toda esta historia y que me ha hecho pensar en otra interpretación de los hechos, me explico. En esa época los viajes se hacían a pie, por lo que la famosa imagen de Pablo cayendo “del caballo” no corresponde con la realidad, por lo que ese “caerse del caballo” podría ser una interpretación simbólica para expresar el estado lamentable en que se encontraba San Pablo cuando aún era Saúl. Estado similar al mío cuando yo como una yonki del nolotil vi igualmente una luz que me cegó y me hizo bajarme de mi coche. Porque el otro día os aseguro que yo, como San Pablo, vi “ la luz”.

Sigo. Una vez que conseguí que me entrara algo de aire en los pulmones y el corazón empezara a latirme un poco más lento, y después de mucho pensar ( y eso que no estaba yo para pensar mucho), y de hacer examen de conciencia para imaginar el por qué de semejante castigo divino, caí en la cuenta (con toda esa la luz tragada iluminándome el cerebro), de que yo era la única perseguida por mí misma. Así que concediéndome una tregua, me subí en el coche, arranqué y me fui para casa. Y no, en principio no fui al médico, pues los médicos me dan más miedo que el mismísimo Dios. Así que recuperada mi visión izquierda, algo confusa pero suficiente, me metí en el desaconsejado San Google y leí lo siguiente:

El exceso de información, en la que se encuentran las sociedades contemporáneas, provoca “ceguera luminosa”. —¡¿Ceguera luminosa?! —dije.

Genial, me pareció genial la idea. El texto venía a decir que esta ceguera aludía a la imposibilidad de ver la realidad que nos rodea por el hecho de estar inmersos en ella todo el tiempo. Y que a pesar de padecer esta invisibilidad, este tipo de luz ( ¿alucinación?) provoca una visión que aunque ciega, hace que nos sintamos normalizamos. Esta explicación sonaba interesante, pero me pareció una paranoia de cojones, pues según esa teoría, debía haber cientos, qué digo cientos, miles de ciegos como yo circulando por ahí sin darse cuenta. Y por eso de temer estar alucinando con la jaqueca que me tenía cada vez más desorientada y sentir el pulso a mil, decidí ir a urgencias.

Lo primero que hicieron fue ponerme una pastillita debajo de la lengua y dejarme allí tumbada durante unas horas. Y más tarde se liaron a hacerme pruebas de todo tipo.Pero en fin, para no alargar mucho más la historia os voy a exponer a modo de epílogo lo que pienso que en realidad nos sucedió a ambos.

Yo creo que lo que le pasó a San Pablo, el entonces Saúl, es que tenía una jaqueca de cojones, al igual que yo aquel día, y puede que para que se le pasase semejante dolor, comiera de esas yerbitas medicinales que por aquel entonces solían hallarse por los caminos (por eso que seguro iba andando y lo del “caballo” fuera una premonitora metáfora de San Lucas), y que pasándose sin darse cuenta de comer tanta yerba y dilatándosele las pupilas por ello, ya no supiera ni lo que veía. E iluminado por alucinado, se pusiera a flipar persiguiendo cristianos como si fueran lucecitas, o pitufos, o a saber. Y bueno, al igual que el pobre bipolar este Pablo o Saúl, que ni se cayó del caballo ni nada, yo, ciega de nolotiles, me bajé de mi coche y me puse a alucinar.

Aunque yo tuve más suerte que él, pues a mí el médico me dijo: —Esto probablemente haya sido un escotoma vascular, una ceguera parcial temporal, (a Dios gracias “temporal” —pensé yo), producida por una alteración vascular que ocurre en ciertos ataques de migraña. Aunque también —continuó diciendo con un tono que a mi me pareció algo ambiguo—, se puede entender por escotoma, “ver solo lo que nuestra mente quiere ver». Después, todo encantador, me preguntó que cómo había llegado a urgencias y cuando le contesté que en mi coche, me dijo muy protectoramente que no podía volver a casa conduciendo (por eso de que me había echado unas gotitas para dilatarme las pupilas), pero que también le preocupaba que me fuera andando sola. Así que como había leído mi dirección en la hoja del ingreso y había visto que vivíamos cerca, si yo quería él me llevaría en mi coche a casa. Y puesto que yo estaba como al principio conté, iluminada, le dije que bueno.

 

 

diario tesis – marzo 13

17 Mar

Breve historia universal

playa 1

                 Era el primer día y sentados en la playa como todos los veranos a la hora de la puesta de sol, alguien preguntó por él. —No sé. Este año creo que no viene, —había contestado su primo. Blanca, que  se entretenía tapándose uno a uno los dedos de los pies con la arena, sintió como si de repente alguien se los hubiera cortado.

Apareció con moto nueva para resarcirse de su ausencia en la playa el verano pasado, y nada más llegar al lugar donde todos se reunían, preguntó por ella. La hermana de Blanca dijo: —Este año no viene, se ha ido de viaje con Paco. Tirso abrió la boca para contestar pero no pudo, el chicle se le cayó a la arena mientras oía que se decía a sí mismo: — ¿Con Paco?!!

Cenaban con unos amigos en uno de los restaurantes de moda de aquella temporada. Paco y ella habían ido a Arco, querían comprar algunos cuadros para la consulta. Mientras charlaban animadamente, Blanca, girando la cabeza para despejarse el pelo de la cara, lo vio allí sentado, justo dos mesas a su derecha. Una chica le rozaba la mano y él, sacándose un chicle de la boca, se inclinó para besarla.

Se celebraba la reunión anual de socios y esta vez tenía lugar en su club. Tirso estaba encantado pues una vez firmados acuerdos y presupuestos, los socios que quisieran podrían jugar un partido de golf en vez de pasar horas arreglando el mundo a base de copas. En la salida del hoyo nueve, mientras esperaban que los dos jugadores que iban delante se alejaran un poco más, distinguió esa forma de andar  tan peculiar de ella. Supo que era Blanca.

Salió del despacho de su abogado dando un portazo, —qué tío más gilipollas, si hubiera querido ese tipo de atenciones  me hubiera ido a un bar, maldita sea! .  —¿Blanca?, —escuchó detrás de su espalda—. ¡Tirso!

—Qué sorpresa Tirso, qué bueno verte, —le dijo dándole un beso.

—¿De dónde vienes? —Bueno, voy. Tengo algo de prisa. Yo…Dios mío, que no me pregunte…” —pensó Blanca.

—No pasa nada, no es el momento, ¿verdad? Lo entiendo. Dame tu teléfono, te llamo un día de estos a ver si alguna vez coincidimos en “el momento”, ¿te parece?    —dijo él.

Por fin había conseguido su mayor logro profesional, esta noche lo entrevistaban en televisión. Tirso sabía que se hallaba en su mejor momento, pero curiosamente, no entendía por qué no lo sentía así. Se acordó de ella nada más despertarse y le habían entrado tremendas ganas de llamarla. Siempre la tenía localizada. Desde aquel raro encuentro se habían visto regularmente, aunque poniendo grandes espacios de tiempo por medio, los dos sabían que no podían hacerlo de otra manera. Aquella vez, aquella última vez, todavía le golpeaba en el estómago.

Sonó el whatsapp, y en la pantalla de su móvil apareció una imagen de él rodeado de un montón de personas todas mucho más pequeñas. Todas muy diferentes a él. Blanca sabía que estaba en un congreso en Japón. Siempre lo tenía localizado. “¿Hasta allí te has ido para no verme?” Le escribió. “¡¡¡Y es cerca!!!” le contestó él. “A que va a ser verdad…” apuntó Blanca en la pantalla con una carita sonriente.  “Te llamo en cuanto vuelva”, leyó antes de soltar el móvil.

Sevilla olía a Sevilla. Los naranjos, cuajados de azahar, engendraban nueva vida a toda  la ciudad. Ese olor le recordaba siempre la Semana Santa, esa Semana Santa,  esa madruga.

—¿Blanca?

—¡Tirso!

—¿Pero de dónde sales?

—Estás guapísima.

—Estoy contenta, ¿Y tú?

—Estoy.

—Estás genial, todavía mejor que en la foto última que me mandaste. ¿Volviste nadando, no?

—¿Cómo?

—Bueno, como decías que me llamabas en cuanto volvieras…

—Qué hijaputa.

—Sí, eso.

—¿Cenamos esta noche?

—Tengo la presentación, te he mandado…

—Sí, ya sé. ¿Y después?

—Después se supone que tomaré algo con los amigos que vengan.

—Sí, ¿y después? Llámame si quieres y te invito a una última copa.

—Vale, te llamo.

Por fin lo había conseguido. Esta noche presentaba su libro, pero curiosamente estaba algo triste. No tenía ni idea de por qué, aunque el hecho de que Tirso no le hubiera dicho que iba a estar allí le había dejado el ánimo un tanto chungo.  —Pamplinas, —se dijo.

La presentación fue de lo más divertida. El soborno a sus amigos con la promesa de un buen vino había dado su resultado, la mayoría estaban allí. Escribiendo la última dedicatoria escuchó:

—Ha sido fantástico, demasiados amigos, ¿no?

—¿Tú? ¿Desde cuando estás aquí?

—Desde el principio, tonta. Anda, vamos a por esa copa.

En busca de los famosos  gin tonics del mercado da abastos, cruzaron el puente de Triana uno al lado del otro, charlando y diciendo tonterías del mismo modo  como lo hicieron la primera vez. El agua negra del río se les  hizo agua salada y el viento de levante les trajo el ruido de las olas al atardecer, de aquellos atardeceres que parecían ayer. Cuando se despidieron en el portal, ya todo el cielo era luna de azahar, Tirso la mantuvo agarrada casi sin pisar el suelo mientras la besaba, y al soltarla le dijo: —Piénsatelo y me llamas.  ¿Cómo salgo de aquí? —se preguntó intentando abrir el portal.

Eran casi las seis de la mañana,Blanca desayunó para tomarse un ibuprofeno, se sentía como si  arrastrada por una sucesión de curiosos acontecimientos hubiera llegado a la orilla  de una desconocida playa. Como una caracola escuchaba el mar dentro de ella y no tenía ganas de pensar. Puso el móvil en silencio y se metió en la cama. —¿Me habré tragado su chicle?  —Fue todo lo  que pasó por su cabeza antes de  quedarse dormida.

Sobre las nueve de la mañana la pantalla de su  móvil se iluminó, acababa de entrar un nuevo mensaje. Pero esa ya, como pasa en todas las historias, es ya otra historia.

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