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julio, a 39ºC

21 Jul

Julio, a 39ºC

Tengo una boda. Hace tanto calor que hasta la pintura de uñas se derrite. No exagero, de verdad. Hace ya tres horas que salí de la peluquería con las uñas de las manos y  los pies la mar de bonitas y se me han emborronado todas.

Me derrito. Treinta y nueve grados a las siete de la tarde en la puerta de la iglesia. Parezco un helado. Vestido marrón chocolate por fuera y por dentro…por dentro a treinta y nueve grados yo, que lo veo que se acerca saludarme.

heladoderr

 

 

diario tesis – marzo 13

17 Mar

Breve historia universal

playa 1

                 Era el primer día y sentados en la playa como todos los veranos a la hora de la puesta de sol, alguien preguntó por él. —No sé. Este año creo que no viene, —había contestado su primo. Blanca, que  se entretenía tapándose uno a uno los dedos de los pies con la arena, sintió como si de repente alguien se los hubiera cortado.

Apareció con moto nueva para resarcirse de su ausencia en la playa el verano pasado, y nada más llegar al lugar donde todos se reunían, preguntó por ella. La hermana de Blanca dijo: —Este año no viene, se ha ido de viaje con Paco. Tirso abrió la boca para contestar pero no pudo, el chicle se le cayó a la arena mientras oía que se decía a sí mismo: — ¿Con Paco?!!

Cenaban con unos amigos en uno de los restaurantes de moda de aquella temporada. Paco y ella habían ido a Arco, querían comprar algunos cuadros para la consulta. Mientras charlaban animadamente, Blanca, girando la cabeza para despejarse el pelo de la cara, lo vio allí sentado, justo dos mesas a su derecha. Una chica le rozaba la mano y él, sacándose un chicle de la boca, se inclinó para besarla.

Se celebraba la reunión anual de socios y esta vez tenía lugar en su club. Tirso estaba encantado pues una vez firmados acuerdos y presupuestos, los socios que quisieran podrían jugar un partido de golf en vez de pasar horas arreglando el mundo a base de copas. En la salida del hoyo nueve, mientras esperaban que los dos jugadores que iban delante se alejaran un poco más, distinguió esa forma de andar  tan peculiar de ella. Supo que era Blanca.

Salió del despacho de su abogado dando un portazo, —qué tío más gilipollas, si hubiera querido ese tipo de atenciones  me hubiera ido a un bar, maldita sea! .  —¿Blanca?, —escuchó detrás de su espalda—. ¡Tirso!

—Qué sorpresa Tirso, qué bueno verte, —le dijo dándole un beso.

—¿De dónde vienes? —Bueno, voy. Tengo algo de prisa. Yo…Dios mío, que no me pregunte…” —pensó Blanca.

—No pasa nada, no es el momento, ¿verdad? Lo entiendo. Dame tu teléfono, te llamo un día de estos a ver si alguna vez coincidimos en “el momento”, ¿te parece?    —dijo él.

Por fin había conseguido su mayor logro profesional, esta noche lo entrevistaban en televisión. Tirso sabía que se hallaba en su mejor momento, pero curiosamente, no entendía por qué no lo sentía así. Se acordó de ella nada más despertarse y le habían entrado tremendas ganas de llamarla. Siempre la tenía localizada. Desde aquel raro encuentro se habían visto regularmente, aunque poniendo grandes espacios de tiempo por medio, los dos sabían que no podían hacerlo de otra manera. Aquella vez, aquella última vez, todavía le golpeaba en el estómago.

Sonó el whatsapp, y en la pantalla de su móvil apareció una imagen de él rodeado de un montón de personas todas mucho más pequeñas. Todas muy diferentes a él. Blanca sabía que estaba en un congreso en Japón. Siempre lo tenía localizado. “¿Hasta allí te has ido para no verme?” Le escribió. “¡¡¡Y es cerca!!!” le contestó él. “A que va a ser verdad…” apuntó Blanca en la pantalla con una carita sonriente.  “Te llamo en cuanto vuelva”, leyó antes de soltar el móvil.

Sevilla olía a Sevilla. Los naranjos, cuajados de azahar, engendraban nueva vida a toda  la ciudad. Ese olor le recordaba siempre la Semana Santa, esa Semana Santa,  esa madruga.

—¿Blanca?

—¡Tirso!

—¿Pero de dónde sales?

—Estás guapísima.

—Estoy contenta, ¿Y tú?

—Estoy.

—Estás genial, todavía mejor que en la foto última que me mandaste. ¿Volviste nadando, no?

—¿Cómo?

—Bueno, como decías que me llamabas en cuanto volvieras…

—Qué hijaputa.

—Sí, eso.

—¿Cenamos esta noche?

—Tengo la presentación, te he mandado…

—Sí, ya sé. ¿Y después?

—Después se supone que tomaré algo con los amigos que vengan.

—Sí, ¿y después? Llámame si quieres y te invito a una última copa.

—Vale, te llamo.

Por fin lo había conseguido. Esta noche presentaba su libro, pero curiosamente estaba algo triste. No tenía ni idea de por qué, aunque el hecho de que Tirso no le hubiera dicho que iba a estar allí le había dejado el ánimo un tanto chungo.  —Pamplinas, —se dijo.

La presentación fue de lo más divertida. El soborno a sus amigos con la promesa de un buen vino había dado su resultado, la mayoría estaban allí. Escribiendo la última dedicatoria escuchó:

—Ha sido fantástico, demasiados amigos, ¿no?

—¿Tú? ¿Desde cuando estás aquí?

—Desde el principio, tonta. Anda, vamos a por esa copa.

En busca de los famosos  gin tonics del mercado da abastos, cruzaron el puente de Triana uno al lado del otro, charlando y diciendo tonterías del mismo modo  como lo hicieron la primera vez. El agua negra del río se les  hizo agua salada y el viento de levante les trajo el ruido de las olas al atardecer, de aquellos atardeceres que parecían ayer. Cuando se despidieron en el portal, ya todo el cielo era luna de azahar, Tirso la mantuvo agarrada casi sin pisar el suelo mientras la besaba, y al soltarla le dijo: —Piénsatelo y me llamas.  ¿Cómo salgo de aquí? —se preguntó intentando abrir el portal.

Eran casi las seis de la mañana,Blanca desayunó para tomarse un ibuprofeno, se sentía como si  arrastrada por una sucesión de curiosos acontecimientos hubiera llegado a la orilla  de una desconocida playa. Como una caracola escuchaba el mar dentro de ella y no tenía ganas de pensar. Puso el móvil en silencio y se metió en la cama. —¿Me habré tragado su chicle?  —Fue todo lo  que pasó por su cabeza antes de  quedarse dormida.

Sobre las nueve de la mañana la pantalla de su  móvil se iluminó, acababa de entrar un nuevo mensaje. Pero esa ya, como pasa en todas las historias, es ya otra historia.

azahar 4

a propósito de las barras…

6 Mar

pinceles

Ayer quedé para almorzar con N,  y nada más llegar y darle un beso me dice: —qué habrás hecho este puente so golfa, estás radiante. Yo, que venía de siete horas de clase y con el desayuno en los pies me empecé a reír. —Gracias calvorota, eres un amor —le contesté—, voy al baño a “restaurarme”.

Debería aclarar que N es maquillador de una productora de televisión  y últimamente, la mayoría de sus trabajos  consisten en maquillar a los actores de una de esas  series de vampiros que están tan de moda, así que por su diplomática  observación, pensé que  debía estar más blanca que  el cacharrito  de las aceitunas. Cuando salí del cuarto de baño, con la rebosante seguridad que te proporciona una buena barra de labios (en mi caso hoy eran dos), le pregunté:

—¿Y ahora qué tal?

—Radiante, —me volvió a repetir— pero te noto algo diferente.

—¿Sí? Qué bien, puede que se deba a mi último descubrimiento.

—¿Tu último qué? No me hagas pensar cosas sucias…

—Que no bobo, parece mentira que no te des cuenta, ¿y tú eres maquillador profesional?

—Son los labios N.

—¿Que te has puesto labios?

—Ay joder, que no. ¿Te acuerdas la barra de labios que me recomendaste hace un montón de tiempo? Pues que me he cansado de ella y  mírame bien, ¿ no notas que llevo otra? Anda que el especialista…

—La verdad es que el color te sienta bien, ¿qué barra es?

—Pues eso es lo bueno, que como no me convencía del todo, me he puesto a combinar esta con la tuya y con otras que …

—¿Y ese es tu gran descubrimiento?  Pues menudo descubrimiento guapa, eso lo llevamos haciendo nosotros desde siempre. ¿Es que no sabías que nosotros nunca trabajamos con una sola?

labios

cuándo – diciembre 23

23 Dic

Eran casi las nueve, salía de la biblioteca de la facultad cuando me lo encontré de frente. Me vio, bajó la cabeza e hizo como que consultaba la hora en su muñeca (igual la consultó) y volvió a mirarme. Yo me había quedado parada aunque pensé que seguía andando, tardé unos segundos en darme cuenta que era solo mi pensamiento el que había salido corriendo, mis pies se habían quedado pegados al suelo. Me propuso tomar una copa y a pesar de decirle que se me hacía tarde, insistió preguntándome sin esperar respuesta, ¿tarde para qué?

Frente a dos coca-colas zero que un camarero nos sirvió como haciéndonos un favor, me agarró por la cintura y me besó en el cuello, diciéndome: –hueles como siempre (qué esperaría?) y entonces lo llamaron por teléfono. –Anda, cógelo, le dije  secándome los labios con una servilleta que dejé al lado de su copa, –nos vemos otro día. Entonces él, silenciando el móvil me preguntó: ¿cuándo?

CUÁNDO

la foto

Cuando  ocupar un puesto no demande título ni anillo

cuando tu olor sea el aire que inflame mis pulmones

cuando tus labios calienten mi sangre a media tarde

y tu mano se haga más fuerte con la mía.

Cuando no temamos hablar tras las horas gastadas

cuando las lágrimas broten de contener la risa

cuando camines descalzo sin piel de cocodrilo

y a la ilusión el tiempo no surque de arrugas.

Y cuando ¿acaso aún no lo sabes? Cuando te necesite,

sin necesitarte.

diario tesis – septiembre 17

17 Sep

diario tesis – septiembre 17

balance

Ayer noche, mientras me daba uno de esos baños que tanto me gustan, hacía un pequeño balance de cómo me había ido mi primera semana de la tesis, y ciertamente,  aunque la balanza en cuanto al progreso de la investigación se inclinaba hacia el lado de lo “desastroso”, la conclusión a la que llegué fue todo lo contrario. Para que se entienda por qué la conclusión fue tan distinta a la lógicamente esperada, trataré de contaros una historia que, por lo inverosímil de la misma, estoy segura pensareis de mí como el Quijote de Sancho: “ o esta miente o esta sueña”. Aunque os aseguro que fue algo tan  “casual” como la vida misma. Seguir leyendo

viento de levante

1 Sep

Maybe I won´t be so afraid

I will understand everything has its plan

Either way

Wilco

Conducir por carretera  escuchando música le proporcionaba una sensación de libertad difícil de conseguir en la ciudad. Le encantaba conducir, se relajaba  y casi podía poner la mente en blanco. O mejor aún, podía pensar en tantas cosas  sin sentido lógico como le diera la gana. Un simple pensamiento, instantáneo, la liberaba del peso del pasado y del futuro, de aquellas ideas que le habían hecho tomar como dogmas y que en la soledad de la carretera, se convertían en verdades que caían de su mente  heridas, como sorprendidas  con alguna enfermedad inconfesable. Seguir leyendo