Hundo el cuchillo en la tersa piel de una naranja
que se abre en dos mitades,
—¿qué parte quieres? —le pregunto,
—¿qué mas da? —sin mirar me responde.
Aún recuerdo cuando él me decía que era
mi media naranja, mi media mitad de mí.
Como si una naranja solo se pudiera partir en dos.
Como si todas las partes de una naranja fueran iguales.
Corteza. Pulpa. Semilla.
No sé qué parte fui yo de él,
pero está claro que él fue de mí, su peor parte.

