un rayo, San pablo y yo
Iba yo conduciendo bajo el típico chaparrón de primavera con una tremenda jaqueca e intentando ver a través de los cristales, cuando por mi parte izquierda vi cómo un rayo de sol rasgaba el cielo, y cayendo este sobre el coche me deslumbró por completo. En un primer momento, esperando ver el arco iris, pensé: —qué bonito, esto no pasa más que en Sevilla en primavera. Pero segundos después de mi estado de enajenación sensiblera, y con la presión del dolor bombeándome toda la cabeza, percibí que no veía más que la parte derecha de la calle. Sí, como lo cuento: yo miraba la calle agarrada al volante y nada más veía acera y peatones en el lado derecho de la calzada y a la izquierda nada de nada, bueno, la jodida luz. La cosa es que me di cuenta que no veía un carajo cuando intenté hacerlo con el ojo izquierdo tapándome el derecho. Qué sensación más mala, de verdad, me giraba hacia la izquierda y nada, por más que girase siempre me faltaba el lado izquierdo por averiguar. Y al tiempo que las punzadas de la cabeza me martilleaban el cerebro y el corazón me latía a mil me acordé de San Pablo. ¿Y por qué? Pues ni idea. No sé si por eso que se dice que en momentos de angustia vital, cuando uno no encuentra otra explicación echa mano de la fe, o porque asocié lo que me estaba pasando con lo que le ocurrió a San Pablo, pensando que el rayo que me había deslumbrado era el mismito que derribó al santo tirándolo del caballo. La cosa es que paré el coche en el primer hueco derecho que encontré y me senté en el poyete de la acera intentando calmarme. Y me puse a rezar prometiéndole a Dios que dejaría de perseguir a quien fuese que yo persiguiera si me devolvía la vista.
(Aquí hago un inciso para contaros mi versión de la historia de San Pablo que cuenta San Lucas en el libro Los hechos de Apóstoles, por si hay alguien que no la sepa):
Iba San Pablo, que todavía no era ni santo ni Pablo sino Saúl, en su caballo persiguiendo cristianos, cuando un rayo de luz le hizo caerse del caballo. Parece ser que esta poderosa luz lo cegó momentáneamente mientras escuchaba una voz que le decía: Saúl, Saúl, ¿por qué me persigues?…levántate y entra en la ciudad. Allí se te indicará lo que tienes que hacer. Y San Pablo entró en la ciudad y la lió, pues se unió a los que hasta entonces él había considerado miembros de una secta peligrosa, los cristianos. Pero hay un detalle que no cuadra en toda esta historia y que me ha hecho pensar en otra interpretación de los hechos, me explico. En esa época los viajes se hacían a pie, por lo que la famosa imagen de Pablo cayendo “del caballo” no corresponde con la realidad, por lo que ese “caerse del caballo” podría ser una interpretación simbólica para expresar el estado lamentable en que se encontraba San Pablo cuando aún era Saúl. Estado similar al mío cuando yo como una yonki del nolotil vi igualmente una luz que me cegó y me hizo bajarme de mi coche. Porque el otro día os aseguro que yo, como San Pablo, vi “ la luz”.
Sigo. Una vez que conseguí que me entrara algo de aire en los pulmones y el corazón empezara a latirme un poco más lento, y después de mucho pensar ( y eso que no estaba yo para pensar mucho), y de hacer examen de conciencia para imaginar el por qué de semejante castigo divino, caí en la cuenta (con toda esa la luz tragada iluminándome el cerebro), de que yo era la única perseguida por mí misma. Así que concediéndome una tregua, me subí en el coche, arranqué y me fui para casa. Y no, en principio no fui al médico, pues los médicos me dan más miedo que el mismísimo Dios. Así que recuperada mi visión izquierda, algo confusa pero suficiente, me metí en el desaconsejado San Google y leí lo siguiente:
El exceso de información, en la que se encuentran las sociedades contemporáneas, provoca “ceguera luminosa”. —¡¿Ceguera luminosa?! —dije.
Genial, me pareció genial la idea. El texto venía a decir que esta ceguera aludía a la imposibilidad de ver la realidad que nos rodea por el hecho de estar inmersos en ella todo el tiempo. Y que a pesar de padecer esta invisibilidad, este tipo de luz ( ¿alucinación?) provoca una visión que aunque ciega, hace que nos sintamos normalizamos. Esta explicación sonaba interesante, pero me pareció una paranoia de cojones, pues según esa teoría, debía haber cientos, qué digo cientos, miles de ciegos como yo circulando por ahí sin darse cuenta. Y por eso de temer estar alucinando con la jaqueca que me tenía cada vez más desorientada y sentir el pulso a mil, decidí ir a urgencias.
Lo primero que hicieron fue ponerme una pastillita debajo de la lengua y dejarme allí tumbada durante unas horas. Y más tarde se liaron a hacerme pruebas de todo tipo.Pero en fin, para no alargar mucho más la historia os voy a exponer a modo de epílogo lo que pienso que en realidad nos sucedió a ambos.
Yo creo que lo que le pasó a San Pablo, el entonces Saúl, es que tenía una jaqueca de cojones, al igual que yo aquel día, y puede que para que se le pasase semejante dolor, comiera de esas yerbitas medicinales que por aquel entonces solían hallarse por los caminos (por eso que seguro iba andando y lo del “caballo” fuera una premonitora metáfora de San Lucas), y que pasándose sin darse cuenta de comer tanta yerba y dilatándosele las pupilas por ello, ya no supiera ni lo que veía. E iluminado por alucinado, se pusiera a flipar persiguiendo cristianos como si fueran lucecitas, o pitufos, o a saber. Y bueno, al igual que el pobre bipolar este Pablo o Saúl, que ni se cayó del caballo ni nada, yo, ciega de nolotiles, me bajé de mi coche y me puse a alucinar.
Aunque yo tuve más suerte que él, pues a mí el médico me dijo: —Esto probablemente haya sido un escotoma vascular, una ceguera parcial temporal, (a Dios gracias “temporal” —pensé yo), producida por una alteración vascular que ocurre en ciertos ataques de migraña. Aunque también —continuó diciendo con un tono que a mi me pareció algo ambiguo—, se puede entender por escotoma, “ver solo lo que nuestra mente quiere ver». Después, todo encantador, me preguntó que cómo había llegado a urgencias y cuando le contesté que en mi coche, me dijo muy protectoramente que no podía volver a casa conduciendo (por eso de que me había echado unas gotitas para dilatarme las pupilas), pero que también le preocupaba que me fuera andando sola. Así que como había leído mi dirección en la hoja del ingreso y había visto que vivíamos cerca, si yo quería él me llevaría en mi coche a casa. Y puesto que yo estaba como al principio conté, iluminada, le dije que bueno.

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