interpretando
He soñado. He soñado que me perseguía un dragón horrible, como el dragón blanco de la historia interminable, pero en feo y en malo. Yo corría a toda velocidad (la piel de la cara, el pelo y la ropa se me iban hacia atrás) tratando de llegar a un sitio que en verdad luego no existía, pues al final me encontraba corriendo con el vértigo en la barriga sobre la nada, algo así a como le sucedía al Correcaminos de aquellos dibujos animados. Corría a tal velocidad, que menos mal que me desperté segundos antes de caer por el precipicio, al que sin querer inevitablemente me hubiera tirado. (Jeje, se me ocurre que aquí hay un juego de palabras buenísimo…) pero bueno, a lo que iba. Qué gustazo cuando desperté en mi uno cincuenta de cama. Así, remoloneando y cruzada en toda ella, me mantuve mientras ponía en pie lo soñado. Había algo en el sueño que no me cuadraba. La que hacía de “yo” era una niña, pero la sensación que tenía al recordarlo era que yo, la de ahora ( presumo que adulta), era la que aparecía huyendo de su pasado, simbolizado por ese largo dragón, del que trataba de alejarme mientras me perseguía. Creo que esa huida tenía como intención la de hacer caso, (hay que ver que obediente hasta soñando), de eso que dicen que hay que mirar hacia el futuro y que no es bueno mirar el pasado. Pero si entendía el sueño de esta manera había otra cosa que no me cuadraba: el precipicio. Me entraron escalofríos al pensar la hostia que me hubiera dado con tanto mirar al futuro si no me llego a despertar. ( Y que conste que es una pena que terminara el sueño justo ahí, porque contándoselo ayer a un amigo, este me dijo que la idea de precipicio está relacionada con el orgasmo, así que… ) Pero bueno, sigo. ¿Qué más me quería decir entonces el final de este sueño? Yo creo, que lo que me vino a decir el sueño, es que ya estaba bien de huir hacia adelante o hacia atrás, que vivir no era eso. Ahora pienso que el dragón blanco que me perseguía en el sueño era la vida y que a mí me daba miedo descubrirla. Sí, la vida con todos sus buenos y malos arreos. La Vida me decía en sueños (no «la vida es sueño» ni pollas como decía el de la Barca), que no se trataba de huir de ella ni hacia adelante ni hacia atrás, sino de cogerla por los cuernos. Y que si esta te daba una cornada durante la lidia, cosa normal, pues que no corriera. Que la herida se limpiaba sin hacer drama a lo almodobar, se desinfectaba y bien curada, se cargaba a la espalda. Y que cargándola sobre la espalda como cualquier hijo de vecino, aprendería a andar sin prisas, sin huir, vamos. Que de tanto correr te podías romper la crisma (o las cervicales…) para además no llegar a ninguna parte. Pues el futuro , —yo siempre me imagino el futuro como el burro y el palo con la zanahoria—, (obviamente yo soy la burra y la zanahoria es el futuro), es siempre futuro, y no podemos alcanzar más que el presente. Así que, a qué correr, a qué mirar atrás.
O tal vez… este sueño simplemente me venía a decir que tenía falta de algún tipo de vitamina A, que me levantara de una puta vez de la cama y comiera zanahorias. Que seguro así, hasta en los sueños, lo vería todo claro. Porque además, si lo que me decía mi amigo fuera verdad y la vitamina A de mi sueño no fuera exactamente retinol liposoluble y la daucus carota tampoco fuera la vulgarmente conocida zanahoria, todo este sueño significaría tan solo una cosa.
Que me comiera la vida.


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