Un doce de febrero como hoy escribí este poema a mi hijo por su cumpleaños. Estaba estudiando en Australia, así que se lo envié por mail. Este año está viviendo en Madrid, igual que su hermana, y aunque la distancia es mucho más corta y los tres nos vemos con frecuencia, compruebo llena de orgullo y satisfacción pero con cierta nostalgia, que hace tiempo ya que funcionan con órbitas propias. Este es uno de los poemas que he escrito que más me gustan, probablemente por el cariño con que lo escribí y por lo que disfruté mientras lo hacía. Puede que para entenderlo mejor haga falta saber que M ha sido siempre un torbellino alegre y vital que nació en agosto y A, un comilón de papillas de bechamel cálido y risueño. Escribir este poema a mi hijo fue el mejor modo que encontré para decirle que pensaba en él, como hoy también lo hago.
un doce de febrero
Era un febrero frío y húmedo
cuando alrededor de mis piernas
rotaba ya un sol de agosto que
con sus rayos de risas
esparcía calor en pleno
invierno, y entonaba nubes
que aplacaban tormentas.
Y en ese febrero, al sol se le
sumó una luna de bechamel
y entre los dos crearon
un universo que rompió
el tiempo y el espacio
haciéndolos fragmentos
de sal, azúcar y agua.
Y de repente un día,
(ese para el que nunca se está preparado)
en traslación los astros,
un doce de febrero,
en las antípodas del frío,
contemplé sonriendo
cómo todo lo que amo
pudiendo estar tan lejos,
está tan cerca.

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