28 de diciembre
Me levanté mucho antes que mis hijos, a la hora de las gallinas, como se suele decir. Hábito al que he acabado sacándole partido, pues es cuando me cunde más el trabajo y mejor escribo. Me acostumbré a hacerlo siendo mis hijos muy pequeños y no sé yo mucho de la voluntad de las gallinas para madrugar de tal manera, pero a mí me costaba horrores hacerlo. El colchón me atraía hacía la cama como un imán con súper poderes y solo tras estoicas cruzadas emprendidas por mi voluntad, (una mierda a lo del instinto materno), conseguía levantarme temprno después de ajetreadas noches de mocos, pipís e infantiles terrores nocturnos. (¿Tendrá algo que ver esto con lo de “mamá gallina”?) En fin, dejaré esta idea para mientras me ducho, porque como tire por aquí me sale un post distinto al que quiero contar.
Como decía, con mi primer café me puse a preparar la mesa del desayuno para todos, me encanta eso de desayunar en plan navideño, que es de lo poquito que me gusta del “montaje navideño” porque… (es la segunda vez que me asaltan ideas que quieren boicotear este post para convertirlo en otro, pero en fin, lo que me gusta es la oportunidad de desayunar todos juntos). Sigo. Preparando la cafetera recordé que era el día de los Santos Inocentes y a mí, que no me gustan ni las bromas ni las sorpresas, mira por dónde se me ocurrió gastar una inocentada a mis hijos. Me fui a mi dormitorio, cogí tres folios blancos y recorté tres muñecos a los que les pegué un trozo de papel celo en la cabeza. Y seguí preparando tortitas, bollos, jamón…mientras ellos iban apareciendo. Estando ya para terminar el desayuno y charlando animadamente (yo previamente comenté que había dormido regular dándole vueltas a la cabeza) les dije en tono serio:
–hijos, os quería comentar algo importante que llevo pensando hace tiempo.(Mi labio inferior temblaba como si fuera a empezar a llorar, aunque en realidad era el esfuerzo que con él estaba haciendo para contener la risa).
–¿Qué pasa mamá? dijo mi hija poniéndose blanca como la harina del mollete que se acababa de comer.
–Bueno pues…que he tomado una decisión. Creo que podréis comprender que ahora que , ahora que yo…
–¿Ahora que qué mamá? Volvió a decir mientras los otros dos parecían estatuas de mazapán de tan mudos y quietos que se habían quedado.
–Pues que ahora que ya no vivís ninguno en Sevilla, que ya no estáis en casa…pues que…
– por dios mamá que qué, preguntaron los tres.
–Pues que he decidido vender la casa e irme a vivir a Madrid con vosotros.
–¿?????????? Las caritas que pusieron los tres es indescriptible. Todavía ahora, mientras escribo, se me saltan las lágrimas de la risa. Mi hija no daba crédito, su cara reflejaba tal preocupación por el estado mental de su madre, que casi me arrepentí de estar gastándole esa broma. Mi hijo, con los labios blancos y apretados, fruncía la frente como intentando procesar la imagen que sobre mí en Madrid le proyectaba su imaginación. Y mi yerno, pobre, su rostro mostraba la expresión como la del preso que acaba de recibir una sentencia a cadena perpetua.
No pude mantener la inocentada más de dos o tres minutos, me ahogaba con la risa contenida y además temí que a mi hija le supusiera un disgusto demasiado grande. Salí corriendo a mi dormitorio, cogí los muñecos y se los pegué a cada uno en su camiseta al tiempo que les decía ¡¡¡inocentes!!! Ahora sí, ahora sí que las caras fueron divertidas, y más aún, las explicaciones de ellos mismos a sus modos de reaccionar. Cuánta juventud.
Hoy, hoy no puedo más que sonreír. Serán inocentes…

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