Archivo | diciembre, 2013

diario tesis – diciembre 31

31 Dic

  A  lola

la fuerza del cariño

globo niño

Hasta ahora siempre he estado tratando de mantener los hilos  de los acontecimientos de mi vida bien sujetos. Con la misma sensación que de niña tenía  cuando me compraban un globo. “Agárralo bien  fuerte para que no se te  escape”, me decía la tata, y  el miedo a que se me escapara era tan atroz que los deditos de tan fuerte que agarraba la cuerda  se me llegaban a poner del color de los labios de un muerto. Lo sujetaba con determinación, pero siempre había un  momento, como  cuando me detenía a   ver jugar a otros niños, que el globo se me escapaba de las manos. Escuchaba entonces la misma frase de siempre: “pero mira que eres tonta, ¿no te dije que lo agarraras con fuerza?”  Y bajo la tristeza de perder el globo y de sentir que era incapaz de retenerlo conmigo, hundía la pena de defraudar a tata . El globo me había abandonado y mis manos vacías y  heladas se merecían el azul picor azul que mis dedos  sufrían de vuelta al calor de la culpa. Pero aún así, –niña cabezota– a cada nueva ocasión pedía que me comprasen otro globo, no ya por la ilusión de poseer  uno nuevamente, sino por probarme a mí misma que era capaz de retenerlo conmigo, y así  poder decirle  entonces  a tata: -¿ves tata, ves que sí puedo?

Hoy, en uno de esos insoportables centros comerciales  donde “todo es  Navidad”, he visto pasar a un niño que sujetaba con una  mano  un enorme globo rojo y con la otra iba agarrado a la de su madre. Curiosamente, mi retina ha capturado la imagen desde dos ángulos distintos a la vez, como si mirase desde los cuatro ojos de un  insecto minusválido (las libélulas tienen treinta mil pequeños ojos, por eso.) Frente a mí, se me estampaba una imagen fragmentada y discontinua de mí misma, como si estuviera viendo mi propia actuación en una película cuya escena alternase  secuencias de flashback (miraba entonces  con los ojos de la madre que llevaba al  niño del globo rojo), con otras que aunque aún no habían sucedido yo sabía que ocurrirían, (como una prolepsis argumental proyectada desde la mirada del niño). Entonces era yo el niño que intentaba agarrarse al futuro, o tal vez sucedía al revés, pues niño y madre cambiaban de papel sin apenas darme cuenta. O tal vez, como ahora lo recuerdo, mi mente reproducía cuatro imágenes simultáneas tratando  de alterar la lógica sucesión de los acontecimientos. Acaso, de sus consecuencias.

Pienso ahora en  esas personas a las que he querido en mi infancia  con toda la  fuerza de la que era capaz y de las que  sin embargo me sentí abandonada. Personas que me hicieron creer que  existía un amor biológico, o en su defecto, un amor por decreto, sin tener entonces  la edad y capacidad suficientes para  entender que no siempre es así. Imagino ahora que cuando niña, sujetaba  a mis seres queridos  con las cuerdas de esa necesidad que todos tenemos de sentirnos queridos, como si fueran  preciados globos de gas. Pensaba, como me hicieron creer desde la primera gota de creencias mamada de la teta de mi madre, que la capacidad de querer venía dada en el código genético y que probablemente el  gen “amor” de mi código, el que a mí me había tocado, debía estar defectuoso,pues por más fuerzas que yo emplease  (y por culpa de mis distracciones infantiles), parecía ser que cada globo de gas que llegaba a mis manos lo dejaba  escapar. Desde mi habitación, a pesar de andar siempre con los  pies de puntillas, los sentía  alejarse alto, muy alto, altísimo, donde seguramente yo nunca alcanzaría a llegar.

Convertido ahora el cielo que miro en un graffiti de globos de colores diluidos, este se me hace cementerio de esos seres queridos y al mirarlo, trago olas que convierten mis recuerdos en sal. El resto de mis fragmentos suben hasta una dulce luna naranja formando un mosaico de mí misma. Y compruebo desde la altura de la madurez,  que somos el gas de cada globo que elegimos, que el amor se da o no se da, y que no hay gen ni rojo hilo de sangre  que pueda atar el cariño.

diario tesis – diciembre 29

29 Dic

la foto

28 de diciembre

Me levanté mucho antes que mis hijos, a la hora de las gallinas, como se suele decir. Hábito al que  he acabado sacándole  partido, pues es cuando me cunde más el trabajo y mejor escribo. Me acostumbré a hacerlo siendo mis hijos muy pequeños  y  no sé yo  mucho de la voluntad de las gallinas  para madrugar de tal manera, pero a mí me costaba horrores hacerlo. El colchón me atraía hacía la cama como un imán con súper poderes y  solo tras estoicas cruzadas emprendidas por mi voluntad, (una mierda a lo del instinto materno), conseguía levantarme temprno después de  ajetreadas  noches de mocos, pipís e infantiles terrores nocturnos. (¿Tendrá algo que ver esto con lo de “mamá gallina”?) En fin,  dejaré esta idea para mientras me ducho, porque como tire por aquí me sale  un post distinto al que quiero contar.

Como decía, con mi primer café me puse a preparar la mesa del desayuno para todos, me encanta eso de desayunar  en plan navideño, que es  de lo poquito que me gusta del “montaje navideño” porque… (es la segunda vez que  me asaltan ideas que quieren boicotear este post  para convertirlo en otro, pero en fin, lo que me gusta es  la oportunidad de desayunar todos juntos). Sigo. Preparando la cafetera recordé que era el día de los Santos Inocentes y a mí, que no me gustan ni las bromas ni las sorpresas, mira por dónde  se me ocurrió gastar una inocentada a mis hijos. Me fui a mi dormitorio, cogí tres folios blancos  y recorté tres muñecos a los que les pegué un trozo de papel celo en la cabeza. Y seguí preparando tortitas, bollos, jamón…mientras ellos iban apareciendo. Estando ya para terminar el desayuno y charlando animadamente (yo previamente comenté que había dormido regular dándole vueltas a la cabeza) les dije en tono serio:

hijos, os quería comentar algo importante que llevo pensando hace tiempo.(Mi labio inferior temblaba como si fuera a empezar a llorar, aunque en realidad era el esfuerzo que con él estaba haciendo para contener la risa).

–¿Qué pasa mamá? dijo mi hija poniéndose blanca como la harina del mollete que se acababa de comer.

–Bueno pues…que he tomado una decisión. Creo que podréis comprender que  ahora que , ahora que yo…

–¿Ahora que qué  mamá? Volvió a decir mientras  los otros dos parecían estatuas de mazapán de  tan mudos y quietos  que se habían quedado.

–Pues que ahora que ya no vivís ninguno en Sevilla, que  ya no estáis en casa…pues que…

– por dios mamá que qué, preguntaron los tres.

Pues que he decidido vender la casa e irme a vivir a Madrid con vosotros.

–¿?????????? Las caritas que pusieron los tres es indescriptible. Todavía ahora, mientras escribo, se me saltan las lágrimas de la risa. Mi hija no daba crédito, su cara reflejaba tal preocupación por el estado mental de su madre, que casi me arrepentí de estar gastándole esa broma. Mi hijo, con los labios  blancos y apretados, fruncía la frente como intentando procesar  la imagen  que  sobre mí en Madrid  le proyectaba su imaginación.  Y mi yerno, pobre, su rostro  mostraba la expresión como la  del preso  que  acaba de recibir una sentencia a cadena perpetua.

la fotoNo pude mantener  la inocentada más de dos o tres minutos, me ahogaba con la  risa contenida  y además temí que a mi hija le supusiera un disgusto demasiado grande. Salí corriendo a mi dormitorio, cogí los muñecos  y se  los pegué a cada uno en su camiseta al tiempo que les decía ¡¡¡inocentes!!! Ahora sí, ahora sí  que las caras fueron divertidas, y más aún,  las explicaciones de ellos mismos  a sus modos de  reaccionar. Cuánta  juventud.

Hoy, hoy  no puedo más que sonreír. Serán inocentes…

cuándo – diciembre 23

23 Dic

Eran casi las nueve, salía de la biblioteca de la facultad cuando me lo encontré de frente. Me vio, bajó la cabeza e hizo como que consultaba la hora en su muñeca (igual la consultó) y volvió a mirarme. Yo me había quedado parada aunque pensé que seguía andando, tardé unos segundos en darme cuenta que era solo mi pensamiento el que había salido corriendo, mis pies se habían quedado pegados al suelo. Me propuso tomar una copa y a pesar de decirle que se me hacía tarde, insistió preguntándome sin esperar respuesta, ¿tarde para qué?

Frente a dos coca-colas zero que un camarero nos sirvió como haciéndonos un favor, me agarró por la cintura y me besó en el cuello, diciéndome: –hueles como siempre (qué esperaría?) y entonces lo llamaron por teléfono. –Anda, cógelo, le dije  secándome los labios con una servilleta que dejé al lado de su copa, –nos vemos otro día. Entonces él, silenciando el móvil me preguntó: ¿cuándo?

CUÁNDO

la foto

Cuando  ocupar un puesto no demande título ni anillo

cuando tu olor sea el aire que inflame mis pulmones

cuando tus labios calienten mi sangre a media tarde

y tu mano se haga más fuerte con la mía.

Cuando no temamos hablar tras las horas gastadas

cuando las lágrimas broten de contener la risa

cuando camines descalzo sin piel de cocodrilo

y a la ilusión el tiempo no surque de arrugas.

Y cuando ¿acaso aún no lo sabes? Cuando te necesite,

sin necesitarte.

diario tesis – diciembre 9

9 Dic

una perdida

Hay que ver cómo hemos cambiado, como dice la canción. Resulta que acabo de llamar  a un amigo y este, en vez de contestar a mi llamada, me ha enviado  una foto por whatsapp para explicarme que estaba ocupado:

water

La verdad es que siempre se ha dicho que una imagen vale más que cien palabras. Lo que no sé yo es si hoy en día se tiene en cuenta que hay cosas que no es necesario o pertinente aclarar, ni con imagen ni con palabras, es decir, que simplemente  es más educado y discreto no contestar.  Pero bueno, en aras de la modernidad y por eso de que parece que a la fuerza estamos obligados a contestar toda llamada o whatsapp que provenga del móvil, a su respuesta imagen (caigo en esta absurda tiranía liberadora como cualquier hijo de vecino), le contesté igualmente por whatsapp: “hazme una perdida cuando puedas” que viene a significar  más o menos «llámame cuando no estés ocupado». Pero la verdad, al leer  en la pantalla del iphone lo que mis dedos habían escrito, me quedé hecha polvo. Me explico: a mi «yo» ese romántico que perdura en esa  parte de mí media parte de mi yo, que es el que  a veces deja vagar mi imaginación (literaria y no literaria) libremente,  le entró una nostalgia novelesca. Me imaginé la interpretación que de estas palabras, -hazme una perdida-,  se hubiera hecho en  épocas pasadas si una mujer cualquiera (“cualquiera” no en su sentido peyorativo, que ya la estoy liando demasiado con el lenguaje…), se las hubiera escrito a un hombre cualquiera ( aquí no hay peyorativo que valga  porque claro, en masculino ya se sabe…). De seguro que el hombre en cuestión hubiera interpretado: -Está loca por mí, desea que le haga el amor salvajemente– (“que me la follé», como se diría ahora). –¡Tanto me desea que su vida bien vale perderse por un polvo mío!   Y ya tendría yo para escribir esta mañana un poema o novelita rosa de lo más rosa,  de esas tan fáciles de gustar a todo el mundo. Y digo a todo el mundo porque se diga lo que se diga, a ellos les complace tanto o más que a nosotras esas cursiladas infladoras de  egos.

Pero bueno, gracias a dios que han cambiado los tiempos porque  hay que ver  la que se hubiera  liado con  ese  –hazme una perdida–,  si hoy, no hubiera sido hoy.

 

Nota: la foto utilizada está fuera del contexto en el que se realizó. Él sabe que me reí al recibirla. Y lo que me gustó, por eso. 

diario tesis – diciembre 7

7 Dic

Ha venido un chico encantador a casa. Bueno ha venido, le he pedido yo que lo hiciera. Se me había fundido la bombilla de la lámpara que tengo encima de la mesa de la cocina, la que utilizo para estudiar. Es una lámpara de esas de barco antigua, con un grueso cristal con trama de alambre, pesado y complicado de quitar. Ha venido, es el chico que tiene una tienda de luz en la esquina de la manzana y al contarle mi problema, me dijo que se acercaría en cuanto cerrase la tienda. Ha venido pues, ha quitado el cristal y cambiado la bombilla. Por un instante nos hemos quedado los dos en silencio. Sobre la parte interior del cristal reposaba una libélula muerta. ¿Pobre insensata, cómo habría llegado hasta ahí? No alcanzábamos a imaginar cómo habría entrado, pero nos hemos fijado en unos agujeros que la lámpara tiene en la parte superior, que deben ser, según dijo él, para expulsar el calor de la bombilla. Es verdad, siempre hay una explicación para todo, -le dije. “O una salida, o una entrada…” Parecía que la libélula  estaba viva, con las alas intactas y sus enormes ojos abiertos. Salvo porque se notaba que estaba toda seca, podría creerse que echaría a volar en cualquier momento. Me ha dado pena tirarla. Cuando el chico ha terminado, mientras miraba detenidamente a la libélula a la que había dejado sobre mis papeles, se ha fijado en  las revistas antiguas que ocupan parte de la mesa, y  me ha preguntado con curiosidad en qué trabajaba. Le he dicho que trabajar para comer lo hacía en la enseñanza, y trabajar para vivir lo hacía entre estos libros y revistas. Con un gesto deliciosamente triste me ha dicho: –bueno, algo así hago yo, estudié  antropología, pero para alimentarme estoy en el negocio familiar, aunque tal vez así consiga darle claridad a mi pensamiento. Nos hemos reído y le he ofrecido un té.

Ahora que se ha marchado me he dado una ducha y con los pies aún resbalosos he salido corriendo a ver la libélula, esperaba que esta hubiera echado a  volar. Pero allí estaba, inmóvil, al calor de un puñado de  antiguos poemas.

libélula

     Yo te quería

He puesto en práctica tu teoría, esa,

que me rogabas entendiera en cada discusión,

seguro que habrás dicho:

                                           – ¿ahora, hija de puta?-

Sí. He puesto en práctica tu teoría

ahora, que nada queda entre nosotros,

quizás algo de música, unos libros…

Me decías,  que una mujer como yo

debía repartir su peso (y eso que apenas

son cincuenta), entre varios.

Uno, que rozara los hilos de mi mente,

otro, que alegrara mis almuerzos y

un tercero, imagino que eras tú,

que aplacara mis instintos, (nunca supe

si asesinos o sexuales o  para mí,

que pensabas que todos eran el mismo).

Así que, aunque la idea, la cepa

de tu razonamiento siempre se me antojó

algo oscura, como si esta fuera el kéfir

de un yogurt que no cuajara nunca, ya ves,

ahora sin ti ha funcionado.

¿Y sabes por qué ? ¿no lo imaginas?

Simplemente porque entonces tu teoría,

            – no, no voy a decirte lo que piensas-

es simplemente que  entonces tu teoría,

                                                                  –idiota-,

no era la mía.

                     

 

 

diario tesis – diciembre 1

1 Dic

a propósito de Citas

Estoy en racha. Por fin he conseguido serenidad suficiente (o puede que frío suficiente, porque hace un frío de cojones), para enfrascarme de lleno en la tesis. Con un calentador de aceite en el que apoyo los pies  y sobre la mesa tocinera de la cocina que he tomado como estudio, releo y trabajo en mi “Citas”, revista literaria de la que estoy haciendo la tesis. Es una maravilla, todo, todo lo que leo  en ella me parece interesante, me detengo en cada reseña, artículo o poema que aparece y me absorbe de tal modo que solo después de sonar el teléfono insistentemente, mi hija o alguna amiga me saca de mi ensimismamiento.

-¿Pero qué haces?  te he llamado veinte veces- suelen decirme. Y no es que se enfaden, ya me conocen, lo que les pasa es que se preocupan por el abandono al que someto mi vida social. Más de una vez me han sacado de casa preparándome una cita a la que perezosamente he ido sin poderme negar y en las que me he aburrido de lo lindo. Por lo que la mayoría de las veces rechazo los planes que me proponen aludiendo que ya tengo una cita con mi  “Citas”.-Vale, tu sabrás, pero vas a acabar convirtiéndote en un bicho raro–. Les doy las gracias, les mando un beso y cuelgo. Y sonrío sabiéndome el  bicho raro más feliz del mundo.

Con la interrupción aprovecho para descansar los ojos que me escuecen de tanta letra impresa y me echo unas lágrimas de esas inocuas, envasadas en cacharritos mono dosis (hay que ver la ciencia, envasar lágrimas), y me pongo a zapear. Una serie  aparece en la pantalla, ¡la leche qué casualidad!  me quedo pegada al televisor. “Dates” es el título de la serie que aparece ante mis ojos,  me pongo a reír y  pienso en mis amigas, ¿qué opinarían si les hubiera dicho que estoy en una de esas citas en vez de con mi “ Citas”?  Inmediatamente entro en Google mientras me quedo enganchada a una Oona Chaplin que hace de “Celeste” que a su vez es “Mía”, la protagonista del capítulo, la cual  ha concertado una cita a través de internet con David. Me gusta. Es una serie inglesa cuyo hilo argumental versa sobre citas on line. Muestra la manera en la que desconocidos interactúan  por internet para concertar una cita y  encontrar el amor, ( el amor o lo que sea, compañía, sexo, lo que cada uno busque, digo yo). Por lo que  acabo de ver  y leer en las críticas, tiene buena pinta. Es interesante el  entretejido de circunstancias y personajes que aparecen y desde luego, el trabajo de Oona en este capítulo, en mi opinión es sobresaliente.

Vuelvo a mi cita, abro el número en el que trabajo y leo “Carta vigésima” de Luis J. Moreno. Resulta paradójico comprobar que a estas alturas de la vida, volvamos a buscar el amor y a conocernos, a través de unas cartas, aunque estén escritas, eso sí, gracias a la facilidad que tenemos hoy en día para comunicarnos, sin pluma ni  papel.

                                 citas