No sé por qué hoy me he acordado de este texto. Es una reflexión, ensayo, o lo que sea, que escribí por estas fechas hace ahora casi un año, intentaba (antes de que llegara mi cumpleaños y perder más tiempo), dejar de fumar a la vez que intentaba dejar una relación. Él decía que vivía en un bunquer y que tenía que mudarse. (Lo llevaba diciendo creo que cinco años). Conseguí las dos cosas, pero uno no puede olvidar nunca que se es adicto.veintiún días
Hace tiempo leí un libro de Allen Carr que me sirvió bastante, desgraciadamente, no me sirvió como placer, pues mientras más escribo menos leo y disfruto de lo que leo, caigo en la perspectiva del estudioso que, indaga y analiza sin permitir ser seducido por lo que lee, perdiendo lo mejor de esta práctica, el dejarse llevar. Pues bien, este libro trata sobre la adicción al tabaco y fue la causa o el empuje decisivo para que dejara de fumar. Y ahora, que con gran sentimiento de culpa he vuelto a hacerlo, no me dice nada, ¿y por qué?
Dejé el tabaco durante once años y ahora llevo uno y medio fumando como si nunca lo hubiera dejado, justificando tal estupidez con razones más estúpidas todavía. ¿La más estúpida? El mismo intento de buscar una justificación.
Bueno, el Allan este de los cojones que ahora me irrita tanto, decía que para que desaparezca la adición física a la nicotina solo son necesarios 21 días, a partir de ese día por lo que pude sacar en claro, es cuestión de hábito y lucidez mental. Esto me hace pensar varias cosas: que su argumentación no me dice nada porque no quiero que me lo diga, (como aquella vez lo quise), o que estoy en un momento de contradicción mental, que por otro lado, suele ser mi estado natural, por lo que (y ya empiezo a divagar), si la contradicción es mi estado natural, este es el primer hábito que debería cambiar, que unido al de dejar de fumar, posiblemente me liberarían de mi adicción a la nicotina. Pero aquí es justamente donde su teoría se me desmorona, pues toda persona que haya tratado de encontrar cierto equilibrio para vivir, a veces sobrevivir en este mundo de locos, ha de ser consciente de las contradicciones a las que nuestra sociedad nos somete, como por ejemplo, vendernos la imagen de personas libres e independientes en función del consumo de cosméticos rejuvenecedores, automóviles, teléfonos, relojes… o incluso en función del libro que leamos, como es el caso ahora. (Dependencia que asumimos sin cuestionar a cambio de conseguir sentirnos seguros y suficiente atractivos para que nos quieran). Por lo que después de haberme currado durante tiempo el aceptar mis propia contradicciones, parece que este autor pretende que acepte también las contradicciones de nuestra sociedad y bueno, no lo tengo muy claro.
A lo que iba: ¿veintiún días para dejar una adicción? ¡Y una mierda! Sería tan solo como un ciclo menstrual o una marea o como un régimen exprés de esos que se llevan ahora, y seamos sinceros, ¿cuántas lunas hacen falta para soltar una adicción?
Puede que la cuestión la esté planteando mal, admitamos que son eso, veintiún días para dejar de ser adicto físicamente al tabaco. En octubre estuve exactamente 21 días sin fumar, supuestamente la adicción estaba controlada y, zas, al 22, todo a tomar por culo, ¿Qué sucedió entonces? ¿Qué puta razón hizo que volviera a encender un cigarro?
Mientras leía anoche otro interesante libro, La fantasía de la individualidad, asocié sin tener nada que ver (el subconsciente a lo suyo), las argumentaciones de la autora Almudena Hernando, a lo que podía estar fallando en el planteamiento de Allan Carr, y se me ocurrió que tal vez este había olvidado algo muy importante, algo que hemos tratado de controlar infravalorando y postergándolo a un plano muy inferior a la razón desde el siglo XVIII, la emoción.
Dice Almudena que a partir de la Ilustración se entendió que cuanto más se usara la razón más libre sería el ser humano, más emancipado y poderoso, y sin embargo los resultados nos han demostrado que la práctica de este proyecto ilustrado no ha conducido al individuo más que a un creciente malestar personal y a una cosificación muy destructiva del mundo. (La racionalización llevada a sus máximos extremos nos ha llevado por ejemplo al holocausto nazi, como dice la autora), pero gracias a dios no es este el caso, lo más que hacemos con el tabaco es quemarnos a nosotros mismos por dentro, aunque los que fumamos parece que lo queremos es alimentar a una solitaria hambrienta. No, no me estoy liando, me explico.
Lo que yo creo, es que es imposible solo con la razón controlar una adicción por mucho que queramos demostrar que podemos, en base a los planteamientos de una ciencia positiva que domina la mentalidad racionalista de nuestra época. A lo sumo, a lo que más hemos llegado es a contenerla dentro de unos búnkeres, que somos nosotros mismos, como si en vez de estar hechos de carne y hueso, fuéramos construcciones de hierro y hormigón, que a base de gimnasio mental y físico intentamos protegernos de los bombardeos que sufrimos diariamente , empeñados en mantener esa individualidad que nos hace sentirnos seguros y pensar que somos libres ,olvidando nuestra naturaleza emocional. Porque el hombre es, no olvidemos por mucho que digamos, razón y emoción. Como cada vez más estudios científicos (en sintonía con la filosofía), lo demuestran.
El resultado es que hemos empezado a formar parte de un grupo cada vez mayor de soldados bien adiestrados en una dictadura de la razón, una dictadura autoimpuesta por la manipulación que de nosotros hace una denominada verdad que se cae a pedazos, y que nos hace sentirnos pedazos, sí. Pedazos de carne no personas, bien envueltos, protegidos y envasados al vacío, nunca mejor dicho, al vacío y a la soledad que la ausencia de emoción da a nuestras vidas.
Me imagino que somos soldados que consideramos básico el ataque para mantener una buena defensa, y yo me pregunto ¿defensa de qué? Y aquí está la madre del cordero, defendernos de la emoción, de la capacidad de emocionarnos porque si es así tememos que nos hagan daño, por lo que habiendo dejado a buen recaudo las emociones en nuestros bunquers, podemos engañarnos evitando admitir que necesitamos crear vínculos afectivos. Y claro, esos muros de hormigón comienzan a resquebrajarse cuando en momentos de lucidez emocional empezamos a hacer señales de humo que salen por nuestras grietas. Pero nuestra hormigonada razón difícilmente nos permite conseguir la fuerza necesaria para romper y abrir, si acaso, una ventana.
Y es curioso, porque una vez que tenemos bien construidos nuestros bunquers empezamos a buscar, camuflada con ropa militar el alma, el modo de dejar salir nuestra necesidad de sentir y sentirnos vivos. Y lo hacemos enganchándonos a la religión, el deporte, la intelectualidad, el sexo, las drogas, el tabaco…pues de esta forma no nos asustamos de ella,la controlamos, y si en un momento dado tenemos la desgracia de encontrarnos con un sentimiento profundo que nos invite a navegar y ponga en jaque nuestros contradictorios planteamientos de estabilidad emocional y comenzamos a tambalearnos con demasiado oxígeno afectivo, una alarma como si de un ataque sorpresa se tratase suena en nuestro interior, y rápidamente corremos a refugiarnos en nuestros armazones. A pesar de encontrarnos en un lugar frío, sin luz y apenas con oxígeno, nos encontramos seguros, es lo que llamamos nuestra zona de confort, lo conocido. En una seguridad tan terrorífica que nos paraliza, haciéndonos soldados instruidos solo para atacar o huir cuando sea necesario, de todo aquello que intente traspasar el hormigón que controla y protege nuestra capacidad de amar. Nuestra capacidad de mostrarnos tal como somos, inseguros, sensibles, afectivos…en definitiva, maravillosamente e imperfectamente humanos. Estamos tan ocupados en proteger nuestra individualidad que hemos olvidado las ventajas de compartirnos. [
Tal vez yo soy uno de esos bunquers, sí, y este blog una ventana que mi inteligencia emocional ha conseguido abrir en el hormigón de mi razón para hablar sin pudor de emociones y sentimientos. Tal vez así consiga dejar de fumar y de hacer señales de humo de una puta vez.
Deja un comentario