segunda mano

El otro día me contaba una amiga que su madre nunca la apoyó en su divorcio. De pequeña le había repetido constantemente que las mujeres que han estado primero con un hombre y después se casaban con otro eran mujeres de “segunda mano”. Y cuando mi amiga decidió irse a vivir con su novio, la buena señora le auguró, como en los cuentos de hadas, que tendría una vida gris y desdichada si no salía vestida de blanco de su casa.
Sentencia que dejó marcada a mi amiga durante toda su juventud, sin atreverse a dejar a su novio hasta después de haberse casado. ¿Lógica? Ninguna, ya lo sé, pero los caminos de la culpa son inescrutables.

Marché a casa dando un paseo y al pararme en un semáforo observé una de esas vallas  publicitarias donde una mujer impresionante aparecía al lado de un coche no menos impresionante. Me dio que pensar. (Resultaba ingeniosa la metáfora en cuanto a la calidad y al uso. Sin entrar en polémica, que la tiene, sobre mujer objeto y demás. Pues ni es el tema que nos ocupa ni  está el horno para más bollos).

Mientras hablábamos,no se me ocurrió decirle a mi amiga lo que pensaba de su madre, por eso de ser delicada a la hora de decir la verdad cuando hay afectos de por medio, (como  nos suele pasar, por ejemplo,  en el caso de los hijos, que por mucho que nosotros sepamos que son más feos que Picio, a ver quién tiene cojones de decírnoslo), pero sí encontré cierta paz de espíritu cuando a mi metro setenta y nueve de amiga llamé por teléfono y le dije:
-Mira rubia, dile a tu madre que vea la publicidad que ASTON MARTIN ha hecho desde el departamento de ventas de coches usados en Nueva York, vale? – y colgué rápidamente. Colgué porque si no, le hubiera dicho también que le preguntase a su puñetera madre si podía aclararle por cuántas manos no se ha de pasar para llegar a ser una antigüedad como ella. Una pieza de anticuario, vamos.

“You know you are not the first, but do you really care?