Y fue feria en Sevilla. Y como cada año me dije que no la pisaría. Algo, un recuerdo de olor, me hacía pensar que no me apetecía. Pero como cada año, el aroma a primavera te emborracha y contagia de una alegría difícil de explicar. El sol calienta las aceras, y los naranjos revientan de blanco azahar, como gotas de semen dispuestas a engendrar nueva vida a toda la ciudad. Y como cada año caigo en ella, animada por esos amigos que no has visto desde la última feria, que como siempre, llaman invitándote cariñosamente a su caseta. Es la alegría del reencuentro, en el que tiempo transcurrido entre una feria y otra parece no haber sucedido. Además, en los días de feria la ciudad lleva otro ritmo, bancos, comercios, universidades se paralizan, todo parece detenerse formando parte de un complot. Como este año, en el que inexplicablemente, el miércoles fue día de fiesta, hasta la crisis parecía suspendida. Pero es impresionante, de verdad. La ciudad se pone guapa, con un atractivo irresistible y el sol, convertido en albero, te invita a que lo pises por todo el Real, provocándote un hormigueo que te recorre el cuerpo entero, polvo dorado rozando tus tobillos, ¿quién puede resistirse a tanta tentación?
Gente, coches de caballo, gitanas con volantes, jinetes a caballo, fino y manzanilla, alegría que se derrocha y alborota. Pero llega un momento, noche de feria sevillana, cuando el nivel de alcohol bebido es similar al calor que desprenden los farolillos encendidos, en el que como siempre, algún antiguo conocido, uno de tantos de estrecha chaqueta y cerebro paralelo, que te pregunta (y no sabes por qué, agarrándote por la cintura): “-¿te separaste, verdad?” y tú contestas también lo de siempre,- ¿Pues no sabes que sí, gilipollas? O como otro, que con el mismo clavel chuchurrío de toooodas las ferias te dice: -¿Tú no eres de aquí, verdad? Y tú, haciendo gala de la mayor diplomacia posible por respeto a tus amigos, los dueños de la caseta, le respondes: -pues claro que no, ¿no ves la pinta de alemana que tengo con el traje? No te jode… ¡Y es tanto lo que se te despega! Que te sientes fuera de la realidad, de esa realidad. Y sin darte cuenta, a esas horas de la noche, te percibes como único espectador de una película muy antigua. Las mismas ellas de siempre, bellos rostros sin expresión, como si les hubieran borrado toda señal de identidad. Rostros que en el claroscuro de la caseta se te asemejan dóbermans custodiando a sus famélicos dueños.Y los mismos ellos, que como amaestradas aves de cetrería, por unas horas sin caperuza, se te antojan rapaces revoloteando torpemente entre candilejas.
Y de pronto ese olor, un olor que se desprende desde el suelo baldeado de la caseta. Un olor que empieza a aprisionarte los pulmones paralizando tu respiración, y piensas que te estás asfixiando al tiempo que un silencio ensordecedor te rodea, incomunicada dentro de esa película que ahora se te hace muda. Y recuerdas entonces que esos son los síntomas de tu alergia, ese olor a rancio de todos los años en las noches de feria: alergia a la carcoma invisible de un presente apolillado.Pausadamente sales a respirar, el pánico a asfixiarte ha cedido, te descalzas y entonces recuerdas porqué todos los años te vas a la playa en busca de sol.
Un sol que te caliente los pies entumecidos de la feria.Que los cubra, de blanca arena blanca.
¡qué sensaciones tan familiares! No puedo evitar recordar la sensación de opresión progresiva y proporcional al número de copas ingeridas por mis acompañantes, en ese entorno tan bien descrito por tí. Por Dios, ¡qué desencuentro tan celebrado!
la mejor sensación es cuando descalza, pisando el polvo del albero, te vas de la feria. Lo has hecho? prueba, jajaja, ya charlaremos!
Un ańo tras otro experimento todas esas sensaciones tan bien descritas por ti…, pero yo este año logré liberarme de la Feria, jeje je.
Continúa escribiendo amiguita…, me encantará continuar leyéndote!
Ya charlamos
de la feria y de muchas otras cosas, no te parece? jeje…seguiré, y tú sigue también así, te sienta muy bien!